«Aprendí que sólo el amor cura»

Por amor al prójimo y a pura terquedad, María Beatriz Ayraut logró mover cientos de voluntades para ayudar a familias sin recursos en Misiones. Aquí, su historia.

Por Hugo Schamber*

Maria Beatriz Eugenia Ayrault no es reconocida sólo por su apellido ilustre, sino también por la tarea solidaria que lleva adelante desde hace casi 30 años. Inició su voluntariado en la década del 90 en el Hospital Escuela “Ramón Madariaga”, de la ciudad de Posadas; y fue tendiendo puentes con otras personas e instituciones, siempre con la misma necesidad: la de ayudar a los que menos tienen. Fundó la Asociación Civil Voluntades, está al frente de un programa de radio solidario desde hace 16 años y, ya jubilada, continúa colaborando con organizaciones sociales de la provincia.

Maia -así le gusta que la llamen- nació y creció en Posadas, ciudad de frontera cuya geografía permite ver al majestuoso río Paraná y la localidad paraguaya de Encarnación. Se inció en la labor social cuando perdió su trabajo como gerente de programación y producción en un canal privado de la provincia.

Con su mirada mansa, sonríe e hilvana los pensamientos. Y comienza a hablar.

-Un día me vi caminado al viejo Hospital Madariaga.Toqué una puerta, era terapia intensiva de adultos. Allí había un joven de 15 años, Antonio Aponte –dice Maia–¿Te animas a darle el yogur de media mañana?, me preguntó una enfermera. El muchacho se había largado a nadar al río Iguazú, que estaba en bajante, con tanta mala suerte que se había dañado la médula y había quedado cuadripléjico. Ese fue mi debut.

Maia cuenta que ese mismo día comenzó su voluntariado, con una rutina diaria.

-Cuando mis hijos salían para el colegio, yo rumbeaba para el hospital. Primero, en soledad, después se fueron sumando otras personas: Lorenzo, Elba, Susana, Beba, Iris, más adelante otros –cuenta, orgullosa. Al principio andábamos a los tumbos y nos angustiábamos. Eran tantas las carencias de la gente que no dábamos abasto. Con el tiempo nos fuimos haciendo conocidos y se fueron incorporando otras personas y recibíamos donaciones de todo tipo. No sabíamos cómo almacenarlas hasta que nos organizamos y la dirección del Hospital nos prestó un lugar -el altillo- para usar de depósito y montar nuestra oficina.

Hoy los voluntarios tienen una oficina moderna en el nuevo edificio del Hospital Escuela.

Maia ahora habla de la Asociación Voluntaria “Dar a luz”, que surgió al poco tiempo para ayudar a madres e hijos que asistían al hospital.

-En Dar a Luz me quedé nueve años. Ya con esa experiencia, me trasladé a la sala de Adultos, donde nos organizamos. En 2003 nos convertimos en la Asociación Civil Voluntades, en la que se sumaron mi esposo José, Ángela, Alicia, Susana, Gabriela.

Se trata de un espacio de contención emocional y ayuda manterial para pacientes del hospital y sus familiares.

La radio como herramienta solidaria

Maia de pronto larga una carcajada, mira fijo y recuerda un punto de inflexión en la historia.

-Yo seguía a full con el voluntariado en el hospital y haciendo otras actividades solidarias en la ciudad. Me habían nombrado en las dependencias del Ministerio de Trabajo de la Nación en Misiones, pero llegó 2001 y me volví a quedar sin trabajo, lo que trastocaba nuevamente la economía familiar. Como aquel día que me acerque al hospital, esta vez lo hice a una emisora FM de la ciudad y le dije a Marcelo Almada, conductor del programa de la mañana y amigo, que quería contar historias del hospital. Me respondió: no puedo pagarte, búscate tus auspiciantes y lo que consigas es para vos.

Ni lerda ni perezosa, Maia salió a buscar auspiciantes y pudo comenzar con su programa Historias del Hospital.

-La radio fue un descubrimiento para mí, algo entendía de los códigos de la TV, pero de la radio solo de escucharla. Alejandra, una locutora amiga, me ayudó en la tarea.

En poco tiempo, logró cautivar a una gran audiencia y despertar el espíritu solidario en sus oyentes.

-De pronto, sucedió algo inesperado, la gente comenzó a llamar y a traer donaciones, muchos otros se ofrecían como voluntarios.

En sus 16 años al aire cosechó menciones y premios, entre los que se destaca uno muy especial, el premio “Negrito Manuel 2003”, otorgado por la ciudad de Lujan, de la provincia de Buenos Aires.

El compromiso, un bien de familia

El apellido Ayraut se funde con la historia política del país y de la provincia. El padre de Maia fue militante político, desde el estudiantado en la Universidad Nacional de la Plata hasta conseguir el rango de gobernador y vicegobernador de su provincia. La madre de Maia, doña Ofelia Ruiz, creó la Asociación Filantrópica de Misiones. También fue una conspicua lectora de la literatura de la época. Ambos fallecieron trágicamente en 1973.

–Creo que la faceta solidaria hacia el prójimo tal vez haya germinado en mi familia, en mi casa de la calle Sarmiento 235. Esa casa de puertas abiertas, donde amigos y vecinos venían en busca de aprecio; otros, de ayuda. Sacábamos las sillas, silletas, perezosas. Y en los atardeceres y las noches calurosas, con espirales humeantes para espantar mosquitos, eran famosas las tertuliadas en la vereda de los Eró.

Asi se pronuncia Ayraut: Eró.

Maia se queda en silencio mirando el pasado. Su palabra ahora viene desde la infancia.

–Para mi padre la política era sinónimo de servicio. Cuando volvía a la noche, papá se dormía en segundos, mientras mamá leía sus eternas novelas. Acostarnos con mis hermanas a su lado era una dicha, Ofelia era una inmensidad, gorda, redonda.

Maia tiene la misma pasión por la lectura que su madre; especialmente, por la literatura regional y la poesía, a la que suma su vocación de escribir, desplegada en su tiempo libre.

El presente: jubilada y premiada

Hoy ya jubilada, y con la misma tenacidad de siempre, continúa trabajando como voluntaria social en instituciones de la provincia de Misiones. En reconocimiento a su labor, el Concejo Deliberante de la Municipalidad de Posadas propuso que una de las calles de la ciudad lleve su nombre. Y en 2015, la Defensoría del Pueblo local le otorgó el Primer Premio y Diploma de Honor en la III Edición del Premio “Ivonne Pierron”.

-Con estos años de voluntariado en el hospital, aprendí que sólo el amor cura. Ahora que estoy jubilada tengo más tiempo, también patra cuidar a mis nietos.

Maia cuenta que su tarea fraterna creció dentro y fuera del hospital: están extendiendo la red de voluntarios y de servicios a otras instituciones no hospitalarias, llevándolas a los barrios de Posadas, a instancias de capacitación. También colaboran con Cáritas y con algunos merenderos.

-Comparto lo mejor de mí con los que necesitan. Todos pasamos momentos raros y sentimos la necesidad de que alguien nos escuche, nos abrace. Creo que es lo mejor que me ha pasado en la vida: ser voluntaria me permite crecer todos los días.

 

Quien escribe

Hugo Schamber

Nací donde el agua potable escaseaba y la sequedad sobraba. Donde el sol pocos días se esconde y la tierra abrasa la piel. Quitilipi, Chaco, a más de 1,100 kilómetros  de la Capital Federal. Nombre aborigen de ese pueblo perdido entre los resisteros del viento norte, la quimera del oro blanco y los duros quebrachales, donde el ruido de los truenos lejanos y el olor de la tierra mojada, llegaba como un sueño a través de las ventanas de las casas.

Desde 2012 estoy jubilado. Apacible como mi madre; andariego como mi padre -tal vez sea la herencia de los alemanes del Volga- o una virtud de mi signo, Géminis, que me dotó de curiosidad y de un corazón inquieto, enamoradizo de la inteligencia. Amo lo lúcido y la comunicación. Prefiero a las personas divertidas. Y ahora vivo, sin tiempos, en Buenos Aires.