Cuando las manos acompañan al alma
En esta sección encontramos los notas que los voluntarios y voluntarias mayores escriben en diversos formatos como crónica, entrevista, perfil; y abarcan temáticas nacionales e internacionales. Aquí tienen la posibilidad de visibilizar y poner en agenda historias de gente mayor que, al igual que los voluntarios, buscan hacerse escuchar, a través de La Voz de las Personas Mayores.
Por Ricardo Glan*
Zulema es una mujer de 73 años, jubilada y hace 15 años que hace masajes a domicilio. Cada sesión es de dos horas. Durante ese tiempo las yemas de sus dedos rastrean cada uno de los puntos doloridos de la superficie de brazos, piernas, espaldas, cervicales e incluso cueros cabelludos. Siempre en ese orden.
Es increíble cómo ve esos puntos a través del tacto. Me hace acordar a los rastreadores que usan ramitas para detectar las napas de agua sobre las superficies de tierras áridas.
Nosotros le respondemos en cada acierto.
Durante la sesión hay silencios y me quedo dormido y hay momentos en los que conversamos de temas generalmente placenteros y nos contamos muchas cosas: nuestros viajes, nuestros gustos, películas u obras de teatro, nietos e hijos, de las vacaciones y del arte.
Es como el proceso inverso de somatizar, de liberar el cuerpo y gratificar la mente.
Zulema es hija de padre irlandés (Kennedy de apellido), protestante y madre argentina, católica, hija de varias generaciones de argentinos.
Cuando era una beba de pocos meses, sus dedos eran alargados y tan finitos que parecían alambres. Me cuenta que su padre era amigo del hermano de Getulio Vargas (presidente en ese entonces de Brasil) que, viéndola recién nacida en la cuna, vaticinó que algo iba a hacer algún día con las manos (una especie de presagio esotérico o místico). A los 30 años se casó con un ingeniero agrónomo y a los 53 años enviudó. Siempre tiene buenos recuerdos y me cuenta que se llevaban muy bien.
En Castell Gandolfo, provincia de Roma (a 23 Km del Vaticano) tenían un departamento pequeño donde iban todos los años y desde allí recorrían distintos países de Europa en su Opel blanco. Esos viajes fueron relatados durante varios masajes. Era como vivir una película de una villa romana.
Es maestra y ejerció desde que se recibió en el entonces magisterio, a los 18 años, hasta que cumplió 40.
Cuando tenía poco más de 20 años, a su madre se le detectó cáncer de huesos y lo única que la aliviaba eran los masajes que ella le hacía. Luego de su muerte, dejó de hacer masajes porque le recordaba momentos dolorosos.
Pero aquellos masajes dejaron una impronta, una secuela.
A los 35 años comenzó a hacerlos nuevamente, esta vez a mujeres de una comunidad alemana judía (empezando por una y luego recomendada de boca en boca), a instancias de un amigo pediatra que le recomendó un traumatólogo amigo que la solía entrenar tres veces por semana en el arte kinesiológico. También le dio libros explicativos sobre digitopuntura e incluso de anatomía humana para estudiar la musculatura, la vascularización, la inervación y puntos neurálgicos.
Zulema es de esas personas adultas mayores activas incansables, que trasmiten toda su empatía y energía a través de sus manos de finos y largos dedos y su mirada.
Si tuviese que decir algo, diría que es de las personas que no suelen enojarse nunca, querida y estimada por todo el mundo.
Mi máximo homenaje a ella fue regalarle una caricatura con afecto y compararlas con el dibujo Las manos del gran artista Maurits Cornelis Escher.
*Ricardo es voluntario de la Fundación Navarro Viola y forma parte de #LaVozdelasPersonasMayores, una sección donde los voluntarios mayores escriben sobre historias de vida, en los cuales las personas mayores son las protagonistas y sus formas de acción son ejemplos a imitar.